Estoy encantada de inaugurar la sección de testimonio invitado con mi ex compañera y amiga María a quien siempre he admirado por muchas cosas pero, sobre todo, por no tener pelos en la lengua. Ahí va su post:

Me gustaría empezar este post aclarando que, servidora, no es especialmente guapa. Nunca fui la guapa de mi grupo de amigas y, por no ser, no fui ni la guapa de la familia como ya dejaban claro las encuestas internas que colocaban a mi hermana en primera posición y a mí en penúltima (la calvicie de mi hermano siempre me favoreció un poco…) Dicho lo cual, cuando al término de un almuerzo de trabajo, hace algunos años, con el director de uno de los medios de información líderes de este país en el que, todo hay que decirlo, era la única mujer y la más joven (y seguramente, la que más pelo tenía…), el susodicho se despidió de mí diciendo “Que sigas tan guapa” no pude más que abrir la boca y no volver a cerrarla hasta el día de hoy.

“Que sigas tan guapa”, repetía mi cabeza; “Que sigas tan guapa”, volvía a rememorar; “Que sigas tan guapa”, decía mi subconsciente a veces en alto; “Que sigas tan guapa”… y este tío dirige un medio de información español que llega a miles de personas.

Lo que hace 20 años hubiera matado por oír de boca de más de uno, ese día se me clavaba en el alma como un puñal. ¿Llevaba un vestido demasiado ajustado?; ¿mis intervenciones sobre la situación política y el panorama mediático español no fueron suficientemente elocuentes?; ¿sonreí en exceso? Me preguntaba una y otra vez sin respuesta. Y la verdad es que, aún hoy, la única respuesta que tengo es que por mucho que nos esforcemos… Por mucho que nos preparemos… Por mucho que trabajemos de manera brillante y seamos capaces de hacer 100 cosas a la vez (incluyendo encontrar por quinta vez esa semana las llaves del coche de nuestro marido y ponernos máscara de pestañas a 120 km/h en la autopista), en el mundo laboral que nos ha tocado sufrir, siempre nos encontraremos con situaciones de este tipo.

Esto me lleva a otro tema importante: Las mujeres. ¿Por qué en un mundo laboral como el que nos ha tocado sufrir tenemos, encima, que jodernos entre nosotras? Voy a contaros la historia de mi amiga Elena, que trabajaba en una multinacional tecnológica de sol a sol…hasta que fue madre. Al final de su baja maternal fue a hablar con su jefa para explicarle que ella seguiría dándolo todo, pero hasta las 6 de la tarde, y que si de noche tenía que conectarse desde casa lo haría sin miramientos, pero que necesitaba reducir levemente su horario laboral para poder organizar su recién estrenada maternidad. A lo que su jefa, ni corta ni perezosa, le respondió: “Pues la verdad Elena, no termino de verlo…” y pasó a esgrimirle como ella había tenido cuatro hijos (a los que supongo vería en fotos) y un perro sin haber tenido nunca que tomar esa decisión (entiendo que aún sigue esperando que una medalla y un ramo de flores desciendan de los cielos la muy pécora…).

Podría continuar contándoos la historia de mi amiga Eva, que tras ascender en el trabajo asumiendo el desempeño de dos, la única compensación que obtuvo de su super-jefe fue una sonrisa y un “tú puedes con todo”. Pero creo que me lo voy a ahorrar porque esto empieza a deprimirme y voy a tener que darme a la bebida o tomarme un valium y, embarazada de 4 meses como estoy, no lo veo muy prudente…

¿Qué os ha parecido la historia de María? ¿Os sentís identificadas?

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