Desde el primer día que lancé el blog recibí el apoyo de Alba. Para mí era arriesgado hacerlo y agradecí enormemente sentir desde el principio que no era la única que sentía inquietud por nuestro futuro. Alba y yo somos compañeras en la misma empresa aunque trabajamos en equipos distintos. Alba es brillante como solo pueden serlo las personas que además están convencidas de lo que defienden. Aquí su post:

Explicando a un amigo de mi padre -llamémosle Juan- a qué me dedicaba (algo que ya de por sí no es fácil en este sector) reviví una conversación que afortunadamente hacía tiempo que no tenía. Después de haberle contado por encima lo que hacía y decirle textualmente que yo era «consultora de comunicación», vi cómo en la conversación él se seguía refiriendo a mi cargo en masculino. De repente, yo me había convertido en un «consultor». Sé que no había ninguna maldad en Juan al hacer esa transformación en el género de mi cargo, ni mucho menos intención de polémica (al menos no en ese momento y precisamente conmigo). Pero sí creo que él estaba convencido de que yo estaba haciendo un uso del femenino incorrecto desde el punto de vista gramatical o, simplemente, le sonaría fatal mi cargo en femenino.

Al margen de Juan, sé que hay mucha gente que defiende a capa y espada el uso del masculino en el lenguaje «como se ha hecho toda la vida», entre otras cosas porque es lo que aprendieron en el colegio y lo que entienden que es correcto, suena bien y, en algunas ocasiones, además ayuda a la lectura sin complicar sin necesidad los textos… Bueno, hoy voy a llevarles un poco la contraria.

Veamos, la sociedad evoluciona, y con ello el lenguaje (algunas veces sucede al revés, pero desgraciadamente, las menos). Para ver esta evolución o los nuevos términos aceptados, la herramienta más útil suele ser un diccionario. En España, creo que no me equivoco si digo que el organismo que goza de mayor prestigio en esta herramienta tan maravillosa es la RAE. Este organismo elaboró en 2013 su vigésimo tercera edición del diccionario… Esto quiere decir, que posiblemente el diccionario con el  tuvimos contacto en el colegio ya está obsoleto. En esta edición podemos ver que términos como «presidenta», «médica» o, por supuesto, «consultora» están ya recogidos.

Ahora que menciono lo de «presidenta» me acuerdo que alguien me argumentó una vez que se trataba de un error porque el sufijo -nte significa «el que tiene entidad», en definitiva «el que es», que no determina el género masculino. Obviamente, al estar el término recogido, ya no hay margen de error, pero incluso aunque palabras como «presidenta» no estuvieran en el diccionario (y aquí igual mis palabras pueden despertar más polémica) creo que existen realidades sociales más importantes que el «error gramatical». Y si con el lenguaje podemos repercutir favorablemente en la sociedad, yo desde luego prefiero cometer en algunas ocasiones un error gramatical, la verdad.Cuando digo esto, muchas veces me replican diciendo que siguiendo esa lógica tendría que hacerse lo mismo -pero a la inversa- con profesiones como la de «periodista» o «electricista» y pasar a denominar a los hombres «periodistos» o «electricistos». Más allá de la provocación, estoy segura de que a alguno le parece que la lógica es la misma, pero insisto en que creo sinceramente que la situación no es igual puesto que también es un sector en el que han predominado siempre los hombres y por tanto el género de su ocupación no les discrimina.

Poco a poco se han ido incluyendo términos que reflejan una realidad social más favorable para la mujer desde el punto de vista laboral (véase médica, doctora, jueza, fontanera, lideresa…), y sin embargo, todavía escucho a mucha más gente que dice la juez en vez de la jueza. Afortunadamente, nos enfrentamos con realidades sociales nuevas y necesitamos nuevas palabras para referirnos a ellas. Hoy, por suerte, hay mujeres que ocupan posiciones de liderazgo en los ámbitos más diversos (y su número irá a más). Estamos en una situación de transición social que tiene su reflejo en la lengua; por eso dudamos sobre la correcta formación del femenino de nombres de profesiones o posiciones sociales que tradicionalmente estaban reservadas a los hombres.

Somos muchos y muchas los partidarios de recurrir a la forma femenina siempre que la morfología lo permita. El argumento es que así se reconoce lingüísticamente la equiparación social de la mujer. Utilizar para los dos géneros la forma originariamente masculina (el/la líder) supone desde esta perspectiva perpetuar la desigualdad o al menos mantener vivo su recuerdo, pues implícitamente se reconoce que el prestigio va asociado a lo masculino.

Sólo el tiempo dirá cuál es la solución que finalmente se impone. De momento lo que sí podemos decir es que la forma médica o presidenta son impecables desde el punto de vista morfológico y de la norma del español, por más que nos pueda resultar extraña.

Y cuanto más la oigamos menos extraña nos irá resultando y más ayudaremos a que en la mente de las personas, la mujer no sea una extraña en esos oficios o no fomentar que cuando oigamos «mi pareja es médico» lo que nos venga al imaginario sea un hombre en vez de una mujer. 

Soy una firme convencida de que el lenguaje impacta mucho más de lo que pensamos en la forma de conformar las realidades y las percepciones. Y que, por tanto, tenemos una poderosa herramienta para combatir en este tema. Igual me he extendido demasiado para, en definitiva, solo reivindicar que yo NO soy consultor: soy consultora.

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