Hace unas semanas comí con L. Ella fue mi primera jefa y posiblemente una de las personas a las que más admiro profesionalmente. Siempre me ha parecido extraordinariamente valiente y a la vez con una inteligencia emocional increíble para decir las cosas que muchos no nos atrevemos a decir. De nuevo me lo volvió a demostrar.
L., después de varios años de promesas incumplidas y de muchos jefes, decidió dejar su trabajo. ¿Por qué? Pues porque, como ella me dijo, el día de mañana quiero decirle a mi hija que cuando a una le faltan al respeto, se levanta y se va.
Si algo he aprendido desde que escribo y leo más sobre el tema de género es que uno de nuestros grandes enemigos es el paternalismo. Esa inclinación natural de algunos hombres a cuidar a las mujeres a su cargo, privándolas en ocasiones de los retos más interesantes. Por eso, «flipan» y se ofenden cuando les hablas de machismo. «Si trabajo rodeado de mujeres» dicen. Su especie de harem profesional, mujeres a las que cuidan con esmero para que no se la peguen, mujeres muy preparadas, que sacan el trabajo pero quizá demasiado ¿sensibles?, ¿jóvenes?, ¿cautas? para escalar en la empresa.
Una paja mental más de las mías o de las nuestras pensaba. Pero el otro día mi querido P., que debería atreverse a ser el segundo hombre en escribir en el blog después de medri, me compartió una publicación de Harward Bussiness Review. STOP protecting women era el título. Un artículo que recomiendo encarecidamente y sí, por favor, STOP PROTECTING US.
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